Aquella mañana del 15 de Octubre de 1973, los vecinos del barriecito "El Cucaracho" contemplaban asombrados que las hermanitas de Villa Serena se marchaban del lugar. Los niños se apretujaban para ver mejor lo que estaba sucediendo y preguntaban a sus
mamás: ¿A dónde se van las monjitas? ¿Por qué se van? ... Ellas con lágrimas en los ojos no podían responder a las preguntas de los chiquillos que seguían pegados a la cerca de la casa sin perder detalle de la mudanza. Las gentes del barrio las iban a extrañar.
Nos van a hacer mucha falta, decían algunas señoras. Ellas eran nuestras madres y nos socorrían en nuestras necesidades.
Pero, ¿ qué se va a hacer? Todo se acaba...
En realidad, las Hermanas iniciaban una nueva etapa de su misión en el Hogar para Ancianas que llevaría el nombre de "Hogar San Camilo", abrigando siempre la esperanza de lograr un futuro mejor para sus ancianos y enfermos.
En sus idas y venidas, las hermanas pensaban con cariño en Santa Teresa de Jesús y sus faenas, por ser su día. Mirando el trasteo de sus cosas, recordaban los trabajos también de ella.
El nuevo hogar hacia donde se dirigían, albergaba el calor que siempre habían buscado para sus ancianos, y 26, no era un mal número para llenar de vida, alegría y optimismo aquellas paredes recién pintadas en donde habría de reflejarse el rostro arrugado y apacible de las ancianas que guardaban en su corazón las mejores
esperanzas de una nueva oportunidad para vivir.
El cansancio del trasteo fue desapareciendo frente a la alegría que les brindaba la inauguración del nuevo ancianato, que ha sido la principal tarea apostólica en Colombia y el punto de apoyo para todo el quehacer en la Comunidad humana en la cual viven.
La capilla se levantaba y se levanta hoy como el centro diamantino a donde convergen las miradas del anciano, cargadas de esperanza, consolación y alivio en sus momentos de soledad. Allí alimentan su vida espiritual y reciben la fortaleza para aceptar sus limitaciones y las enfermedades que los años se han encargado de
acumularles.
27 años han transcurrido desde aquél entonces, cuando con ojos sorprendidos frente a la realidad de una nueva aventura, iniciaron la labor de su presencia de amor y de Dios entre los hermanos que se enfrentan a la realidad de su enfermedad y su ancianidad.
Han sido 27 años de experiencias, de alegrías y de tristezas, siempre rubricadas por el deseo de servir y de entregarse sin esperar recompensa alguna distinta a la bendición de Dios. Ellas se prodigan día y noche ofreciendo el calor humano, cuidados físicos y espirituales en la enfermedad y especialmente cuando se acerca
el momento del encuentro con el Señor en la Eternidad.
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